Dictadura sofisticada en la era digital

La influencia de los algoritmos en la voz de los creadores digitales y medios establecidos.

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Víctor Bautista.

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Santo Domingo.– La comunicación como servicio público nunca fue completamente libre. Siempre existió un poder que decidió qué voces llegaban al público y cuáles quedaban relegadas al silencio. En los periódicos, ese poder tenía nombre y apellido: el dueño, el editor, el director.

En la radio y la televisión, lo ejercían los concesionarios, los grandes anunciantes y los gobiernos con capacidad de veto. En la escena internacional, lo encarnaban agencias de noticias que filtraban los acontecimientos y dictaban la agenda global. Era una dictadura reconocible, con ideología y con rostro.

Hoy la escena ha cambiado de decorado, pero no de esencia. El censor ya no fuma habanos en una oficina de redacción ni firma editoriales desde la penumbra de un consejo. El nuevo soberano es invisible, carece de biografía y de voz humana. Se llama algoritmo.

Una fórmula matemática que decide qué se muestra y qué se oculta, qué se viraliza y qué se hunde en el pozo de la irrelevancia. Su poder no proviene de la ideología, sino de la matemática de la retención y de la monetización. Su lealtad no está en un partido o en una empresa editorial, sino en la maximización de la atención.

La paradoja es cruel: nunca hubo tantas posibilidades de hablar y, sin embargo, nunca estuvo tan condicionada la posibilidad de ser escuchado. Los influencers y creadores digitales viven esta dictadura invisible en carne propia: de la noche a la mañana pueden pasar de la abundancia al vacío, de la visibilidad a la penumbra.

Antes, los periódicos ajustaban sus páginas para no incomodar al banco o a la tabacalera que pagaba la pauta; ahora, un youtuber ve su video desmonetizado porque una palabra activa un filtro automático. Antes, un director de información levantaba el teléfono para vetar un programa; ahora, un shadowban convierte a un creador en fantasma sin siquiera notificarle.

En este escenario conviene hacer una distinción: ¿quién es más vulnerable a la dictadura algorítmica, los medios tradicionales o los influencers? Los medios cuentan con estructuras propias de distribución —periódicos impresos, emisiones radiales, canales de TV, webs de suscripción— que les otorgan cierto colchón.

Aunque sufran el golpe de un cambio de algoritmo, siempre podrán sostenerse en sus marcas históricas, en el público que los busca directamente y en su capacidad de diversificar fuentes de ingresos.

Los influencers, en cambio, no tienen otra tierra firme donde apoyarse. Viven en un ecosistema alquilado: su única ventana al público es la plataforma, y su único puente es el algoritmo. Si ese puente se derrumba, no hay otro camino.

Por eso, aunque ambos comparten riesgos, los creadores nativos digitales son más vulnerables: dependen en exclusiva de un soberano invisible al que no pueden cuestionar. Los medios, con sus fortalezas estructurales, han logrado negociar espacios o resistir con mayor margen.

El influencer, en cambio, puede ser reducido al silencio por un cambio de código, sin aviso y sin recurso. Como advirtió el periodista Jordi Pérez Colomé, reportero de tecnología en el diario El País, "hoy en día los algoritmos son exactamente eso mismo: un cuarto oscuro al que es difícil apelar, del cual desconocemos su funcionamiento y del que solo vemos sus consecuencias".

La supuesta democratización digital es, entonces, un espejismo. Sí, todos podemos producir contenido, pero lo que no aprueba el algoritmo no existe. La pluralidad está en la oferta, no en la distribución. Lo que antes era un poder visible y debatible, hoy es un poder invisible y aséptico.

La dictadura del siglo XX se podía denunciar; la del siglo XXI se naturaliza en forma de algoritmos que deciden en silencio. Antes se temía al censor con uniforme o corbata; ahora, el censor no necesita prohibir: basta con no mostrar.

Como recordó la periodista Marta Peirano, una voz influyente en temas de privacidad digital, las plataformas digitales, al estar categorizadas legalmente como proveedores de servicios y no como medios de comunicación, "pueden ejercer una censura ilimitada de forma completamente opaca sin que nadie se entere ni pueda pedir explicaciones". Y esa forma de dictadura, la más sofisticada de todas, es también la más peligrosa.

    Víctor Bautista

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