Libertad sin penitencia

La violencia laboral contra mujeres refleja un sistema que perpetúa desigualdades y vulnera derechos fundamentales.

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Libertad sin penitencia

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Santo Domingo.– Luna no lo sabía. Caminaba alegre, en diálogo constante con su cuerpo, abrazando su

sexualidad como quien celebra el milagro de estar viva. Creía haber sanado las cicatrices que

dejó un hombre violento, y ahora habitaba su cuerpo como un templo sagrado, como la

morada de un alma florecida entre las grietas.

¿Qué ocurrió?

Fluía con el lenguaje natural del deseo, sin sospechar que, en el mundo laboral, la libertad

estaba prohibida para las mujeres. Se enredó con un compañero de trabajo y pagó con creces

la afrenta de ejercer su derecho al gozo.

Su luminosidad era tan intensa que el sol parecía exudar por sus poros. Los jefes se enteraron.

A él ni lo rozaron, pero a ella la citaron al paredón. Luna caminaba despacio, con la

respiración entrecortada, buscando respuestas que no llegaban. ¿Por qué les importa tanto lo

que hago con mi cuerpo fuera del trabajo?

Mientras se acercaba al juicio absurdo, una de las supervisoras le susurró, compasiva:

    —Lo que te han hecho es un abuso. Una vergüenza.

    Luna seguía sin entender. No podía procesar por qué su vida privada se había convertido en el

    centro de atención de sus jefes.

    ¿Cuál fue la respuesta de las autoridades?

    Siete hombres. Una mesa ovalada, enorme. Siete sillas ocupadas por miradas que no veían a

    una profesional, sino a un cuerpo convertido en deseo. Respiraba cada vez más rápido,

    sintiendo cómo el miedo le recorría el cuerpo y le oprimía el alma. Era un pelotón de

    fusilamiento moral.

    Con sus pupilas, cada uno de ellos le hacía una radiografía, intentando descifrar el origen de su encanto, de su luz interior. En lugar de ocuparse de las riquezas que tanto pregonaban, preferían el morbo de indagar sobre la sexualidad de Luna. El jefe, amparado en su poder, le preguntó ante todos:

      —¿Es cierto el rumor?

      Aquellos hombres oscilaban entre la curiosidad malsana y el deseo reprimido. No era solo su

      cuerpo lo que codiciaban: era su magia, esa libertad sin penitencia.

      Luna respiró hondo y declaró su verdad con serenidad, con la certeza de quien se sabe hija de

      Dios.

      La cancelaron. En el mundo laboral, si eres mujer, aprendes que hay lugares donde la pasión

      no puede habitar. La vida se encargó de enseñarle que había superado a un hombre

      maltratador, pero no a un sistema diseñado para castigar a las mujeres.

      La violencia contra las mujeres no son solo los golpes que dejan moretones; es estructural,

      insidiosa, y se esconde detrás de los hombres con poder.

      Tantas Lunas sacrificadas nos han enseñado que el machismo no es abstracto: son hombres firmando sentencias contra mujeres que se atreven a vivir en libertad.


      Liliam Fondeur

      Liliam Fondeur

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